15 de mayo de 2010

un cuento

Contaba historias en tercera persona haciendo referencia a las propias, reales e imaginadas. Describía sus personajes un tanto irreales como aquel que despertaba por las tardes de noviembre y diciembre, cuando el son pintaba de naranja el cielo mientras iba cayendo detrás de un volcán, llegaba acompañado de una bicicleta y en ella perseguía el atardecer por el camino que abandona el pueblo, hasta quedar casi exhausto cada estación trae sus propios fantasmas, solía decir, y cuando se marcha, se los lleva con ella, luego la siguiente llega con los propios, algunos arrastran cadenas, los conozco a casi todos, al llegar le cuentan su historia, él con paciencia la escucha, aunque cada año la repitan. A veces desconocidos, a veces falta alguno, dejó de penar, cuenta alguien, por fin se marchó, ahora si esta donde debía estar. Cuando la estación se va él llega hasta el puente en bicicleta para despedirse de ellos, sabe que el próximo año más de alguno no volverá alguna cara nueva aparecerá. Montan un rayo de sol y desaparecen en el horizonte.

Mañana lloverá es por eso que el cielo se ve tan azul hoy, para que mañana no le extrañen, aunque los mortales regularmente ven sus zapatos mientras caminan, a veces lo hacen a propósito, les desagrada ver como las aves vuelan en libertad, pero no envidian el hecho de volar sino la libertad, les preocupa que alguien les vaya a pisar mas no pisar a alguien, el egoísmo les empequeñece, convierten sus sueños en nada, dejan olvidada la esperanza bajo la cama, tienen miedo de llorar, de rasparse las rodillas al caer, dejaron de ser niños cuando se dejaron arrastrar por la vanidad, es por eso que las estaciones vienen y se van, cada una pone de su parte para salvar las almas del mundo, con noches de luna, con atardeceres color naranja, calles mojadas que con la neblina parecieran estar difuminadas.

Cada escena nos hace levantar la vista, soñar, reír y llorar. Dejar el espíritu volar, que hable el niño, que florezcan los sueños...